lunes, 14 de marzo de 2011

EL YOGA DE LA MEDITACIÓN


Parte II

El Yoga del Bhagavadgita

Continuación

¿Por qué la mente es distraída? ¿Por qué no podemos concentrarla? ¿Por qué no nos sentimos felices cuando por una o dos horas estamos sentados meditando, sino que queremos levantarnos lo antes posible? La razón es que el corazón y los sentimientos no están cooperando con la voluntad. El corazón está en algún otro lugar y por supuesto estaremos donde esté el corazón. Si nuestro corazón está en un lugar, también allí estamos nosotros y en consecuencia, no estamos en la práctica que se supone íbamos realizar. Donde está nuestro corazón, está nuestro tesoro, y donde está nuestro tesoro, está nuestro corazón. Si nuestro tesoro están en algún lugar haciéndonos señas para que vayamos hacia él, nos dirigiremos a ese lugar que llama nuestra atención. Cuando nos distraemos, cuando la mente es empujada en alguna otra dirección que aquella ideal del Yoga, no debemos forzarla para que vuelva, ni compelerla para que medite de nuevo, sino que debemos comprender por qué sucede la distracción. En cada paso, en cada condición, debemos tener entendimiento. Si la mente está distraída, ¿por qué lo está? ¿Qué ha sucedido? Si estamos sentados para la contemplación del divino ideal, ¿por qué la mente salta a algún objeto de los sentidos? Naturalmente la razón detrás de esto es que en el objeto que atrae la atención son reconocidos ciertos valores por la mente, y esos valores, por supuesto, son reales. Si fueran irreales, la mente no iría tras ellos. De esta forma la mente está viendo un conjunto de valores en un objeto, los cuales considera reales, pero con una realidad diferente de la realidad teórica que vemos con los ojos de la mente cuando practicamos el Yoga. La mayor parte de nuestras prácticas en Yoga son teóricas y la práctica, realmente hablando, está motivada por ciertos sentimientos diferentes a las conclusiones del entendimiento. Nuestros sentimientos son nuestros guías reales.
De nuevo debemos enfatizar que los sentimientos deben investigarse apropiadamente, que deben sacarse a la superficie de la conciencia, analizarse hasta el cansancio y ponerlos ante nosotros como a plena luz del día. Debemos estar en posición de entender el carácter o naturaleza de cada uno de nuestros sentimientos y conocer las causas detrás de su surgimiento. Cuando nos estamos haciendo sinceros devotos de la práctica del Yoga, tal vez no encontremos tiempo para otra cosa, porque en todo momento debemos ser cautelosos como un soldado en el campo de batalla. No podemos estar distraídos, no podemos dormir, debemos estar vigilantes para ver lo que sucede en todos los flancos. De hecho, la práctica del Yoga no es otra cosa que una guerra. En cierto sentido es un Mahabarata y un Ramayana. Es una lucha de lo finito por confrontar lo infinito en cada nivel de ascenso, un intento de armonizarse uno mismo con los requerimientos de lo infinito en los diferentes grados de su manifestación. Por esta razón, el Gita nos exhorta:

Sanaih-sanair uparamed buddhya dhritigrihitaya;
Atmasamstham manah kritva na kimchid api chintayet.


Una vez que estemos fijos en el Atman, entonces no hay nada más en qué pensar.

Yato-yato nischarati manas chanchalam asthiram;
Tatas tato niyamyai’tad atmanyeva vasam nayet.


Como jinete sobre un caballo o persona que conduce un coche tirado por caballos, que trata de frenar el movimiento del caballo mediante las riendas que tiene en sus manos, así es el poder del Atman para ejercer control sobre los movimientos de la mente, mediante las riendas de la relación que prevalece entre los dos. Hacia el final del Capítulo Tercero del Gita, también se nos menciona dicho aspecto de la práctica. No es posible controlar la mente solo por los medios ordinarios de que disponemos. Debemos tener la ayuda de una fuerza superior:

Indryani paranyahur indriyebhyah param manah;
Manasas tu para buddhir yo buddheh paratas tu sah.


Este verso es una guía para la práctica. Debemos tomar la ayuda de un nivel superior, recibir fortaleza y guía del nivel inmediatamente superior, de tal manera que el inferior pueda ser dominado. De hecho, la fuerza moral que uno aplica en la vida práctica no es otra cosa que la forma de determinar todo lo que es inferior, en términos de lo inmediatamente superior. Lo más alto, que está inmediatamente arriba, será la fuente de una visión del carácter de lo que está inmediatamente arriba. Solo se debe ser lo suficientemente cuidadoso para observar lo que está sucediendo y por el poder de la conexión vital con aquello que está arriba, es posible refrenar los movimientos de la mente en el nivel inferior. Por esta razón es que debemos pasar toda la vida, por así decirlo, en la práctica. No debemos desanimarnos. ¿Gastar todo mi tiempo solo en esto?
He aquí un punto que revela como toda nuestra vida es una dedicación espiritual. Aquí está nuestro supremo deber. Hay que renunciar a todos los demás y dedicarnos a este prístino deber. Se debe abandonar el error involucrado en la variedad de obligaciones. No se sugiere aquí que abandonemos nuestras responsabilidades, sino que renunciemos al error del concepto de que existen variedad de deberes, con el conocimiento del hecho de que, en últimas, solo puede haber un deber, el cual incluye todos los demás que podamos pensar como importantes o necesarios. No es que el Bhagavadgita nos pida dejarlo todo, abandonarlo todo, renunciar a todo. Es verdad que nos pide renunciar a algo. A lo que nos pide que renunciemos es a la ignorancia que existe en una etapa particular de la experiencia, con el propósito de sublimarla en una condición más elevada, la cual es más inclusiva que la inferior. Cómo se logra, es algo que se menciona en ciertos versos que vamos a ver.

Sarvabhutastham atmanam sarvabhutani chatmani;
Ikshate yogayuktatma sarvatra samadarsanah.
Yo mam pasyati sarvatra sarvam cha mayi pasyati;
Tasyaham na pranasyami sa cha me na pranasyati.
Sarvabhutosthitam yo mam bhajayekatvam asthitah,
Sarvatha vartamanopi sa yogui mayi vartate.
Atmaupamyena sarvatra samam pasyati yorjuna;
Sukham va yadi va duhkham sa yogui paramo matah.


Estos versos al final del Capítulo Sexto nos dan ciertos aspectos positivos de este aparentemente negativo mandamiento sobre la renunciación, a saber, que la verdadera renunciación consiste en transcender la noción de externalidad espacio-temporal a la luz de la omnipresencia de Dios.

Versión completa AQUÍ

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