La actividad del alma no florece
bajo condiciones normales. Durante la mayor parte de la vida el hombre está
confinado solo a ciertos aspectos de sus manifestaciones cuando piensa,
entiende, siente, quiere, recuerda, etc. Sin duda todos estos son una expresión
parcial de la individualidad humana, pero de ninguna manera se acercan a la
verdadera manifestación del alma.
La diferencia entre las funciones humanas
normales y la actividad del alma, es que en el primer caso, cuando una función
se lleva a cabo, las otras están aparte, ignoradas o suprimidas, de tal forma
que el hombre no puede hacer todas las cosas al mismo tiempo; en el segundo
caso, la totalidad del hombre en su esencia surge ante la ocasión que sea, y
nada de él queda excluido de esta actividad. Por rareza el alma actúa en la
vida humana, pero cuando lo hace, aun en forma leve o distorsionada, uno olvida
todo el mundo incluyendo la conciencia de la propia personalidad y disfruta una
felicidad por siempre incomparable.
Las manifestaciones leves de alma a través
de los canales de la personalidad humana pueden observarse en los extáticos
entusiasmos del arte, particularmente de las bellas artes, tales como la música
elevada y la satisfacción derivada de la apreciación de los grandes genios de
la literatura. En tales momentos la persona se olvida de sí misma y se vuelve
una con el objeto de apreciación. Esta es la razón por la cual el arte es capaz
de llamar poderosamente la atención del hombre haciéndolo, por así decirlo,
olvidarse de todo. Pero en la vida diaria de un individuo hay al menos tres
ocasiones cuando el alma se manifiesta externamente y lo inunda de incomparable
felicidad; estas son ocasiones cuando satisface (1) el hambre intensa; (2) el
apetito sexual; (3) el sueño. En estas tres instancias, especialmente cuando
los impulsos son muy intensos, la totalidad del ser de una persona actúa, y
aquí la lógica del intelecto y las etiquetas del mundo no sirven para nada. La
razón es simple: cuando el alma actúa, aun a través de los sentidos, la mente y
el cuerpo, los cuales son sus expresiones distorsionadas, su presión es
irresistible, porque el alma es la esencia del ser total y no meramente de
ciertas facultades funcionales de una persona. En tanto que puede sacrificarse
la felicidad que ofrecen ciertos aspectos de la personalidad en aras de otras
insistentes exigencias, no puede haber tal compromiso cuando el alma presiona a
la acción.
El resultado de la anterior
investigación muestra que cuando el alma actúa normalmente, no hay conciencia
de lo externo, ni aun de la propia personalidad, y la felicidad experimentada
es arrobadora y extática. Y hemos observado que la meditación es el comienzo de
la acción del alma, y no solo una función de la mente, esto también explicará
por qué, cuando se practica correctamente, la meditación es placentera y no
puede ser fuente de fatiga o tedio. Sin embargo, la meditación difiere
totalmente de las manifestaciones del espacio y el tiempo del alma enumeradas
en párrafos anteriores. En meditación la manifestación del alma no es a través
de los sentidos, la mente, ni el cuerpo, aunque su impacto pueda sentirse en
alguno de éstos antes de que se revele por completo en el proceso llamado
meditación.
Tomado del libro de Swami
Krishnananda El Yoga de la Meditación
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