Se puede decir que el pratyahara
constituye la frontera del yoga. Cuando uno practica pratyahara, está casi en los límites del Infinito, y se tienen
sensaciones supra físicas. Aquí es donde más se siente la necesidad de un Gurú.
De nuevo se siente temblor en el cuerpo, revoloteo de la mente, somnolencia e
híper actividad de los sentidos. Cuando intentamos pratyahara, los sentidos se agudizan más. Algunas de las primeras
consecuencias de esta práctica del yoga, son: más hambre, más pasión, más
susceptibilidad a la irritación, sobre sensibilidad. Para ilustrar esta
condición, podemos dar un ejemplo: si tocamos nuestro cuerpo con un palo, o aún
con una barra de hierro, no los sentimos. Pero nuestros ojos no pueden soportar
el toque de una suave hebra, a causa de la sutileza de la estructura del ojo.
Así de sutil se vuelve la mente, de tal manera que permanece susceptible a la
mínima provocación, impacto o situación. En la etapa de pratyahara permanecemos en una condición donde directamente nos
vamos a las manos con los sentidos, así como la policía interviene en una
confrontación con bandidos que han estado al acecho y que ahora pelean sin que
les importe la muerte. En una pelea a muerte la intensidad del combate crece,
se dobla de un momento a otro. Si una serpiente que está a punto de morir en
una pelea, muerde a una persona, se dice que no hay remedio porque su veneno se
intensifica. La llama resplandece más antes de apagarse. Así los sentidos,
cuando están siendo asidos con pratyahara,
se vuelven hiperactivos, sensibles y tremendamente fuertes. Aquí el estudiante desprevenido
puede caer. ¿Qué debe hacer uno cuando los sentidos se vuelven tan activos y
fieros? En esta condición uno no puede soportar la visión de los objetos de los
sentidos, y aquí es cuando uno no debe estar cerca de ellos. Mientras uno vive
una vida social normal, nada parece especialmente tentador. Pero ahora, en la
etapa de pratyahara, uno se vuelve
tan sensible, que los sentidos pueden ceder en cualquier momento. Es como
caminar sobre el filo de una navaja, afilado y cortante, fino y difícil de
percibir. Aquí un pequeño descuido puede significar peligrosas consecuencias.
Sutil es la senda del yoga, invisible a los ojos y difícil de recorrer. Los yamas y niyamas, practicados desde un principio, serán una ayuda en este
estado. La gran disciplina que uno ha experimentado en los yamas y niyamas, lo
guardará a uno contra la arremetida de los sentidos. A causa de la sinceridad
del estudiante, Dios le ayudará a salir de la situación. Esa es la guerra del
Mahabarata de la práctica, donde uno debe luchar contra los poderes de los
sentidos, que inclinan hacia los objetos y los placeres.
El pratyahara
debe ir junto con vichara, o
investigación cuidadosa de cada condición psicológica que se de en el proceso.
Los sentidos fácilmente confunden una cosa con otra. Samsara, o la existencia en el mundo, no es más que una mezcla de
apreciaciones erróneas de valores. Los sentidos no pueden ver la Verdad. No
solo eso, sino que ven la falsedad. Ellos confunden, dice Patanjali, lo no
eterno, con lo eterno, lo impuro, con lo puro, el dolor con el placer, y el no
Ser, con el Ser. Este es el cuádruple disparate cometido por la mente y los
sentidos. Nada hay permanente en este mundo. Que ‘todo pasa’, es una verdad que
todos conocemos bien. Todo el mundo sabe que el próximo momento es incierto, y
aun así, podemos ver cuánta fe la gente pone en el futuro, y qué preparativos
hacen, inclusive, para cincuenta años más adelante. No puede haber nada estable
en el mundo a causa de la impermanencia del cosmos, el cual está atrapado en el
proceso de evolución. Sin embargo, el hombre toma las cosas como entidades
permanentes. Los sentidos no pueden ver exactamente que está sucediendo frente
a ellos. Son como personas con los ojos vendados, que no saben qué hay ante
ellos. Fue el Buda quien hizo de esto su doctrina central, al proclamar que
todo es transitorio, y aun así, para los sentidos, todo parece ser permanente,
lo cual significa que no pueden ver la realidad. Nadie se baña dos veces en el
mismo río. No hay existencia continua en una llama ardiente. Todo es movimiento
de partes, salto de partículas. Cada célula de cuerpo cambia. Cada átomo de
materia vibra. Todo tiende hacia otra cosa. En todas partes solo hay cambio.
Mas para los sentidos no hay cambio en ninguna parte y todas las cosas son
sólidas. Casado con esta teoría de los sentidos, el hombre no está preparado
para aceptar ni siquiera su muerte inminente. Tal es el crédito que le da a la
sabiduría de los sentidos.
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